Mientras era obispo, uno de sus críticos le acusó de un crimen que no había cometido. Los cristianos de su diócesis no creyeron la acusación y los cargos no se mantuvieron, pero Narciso aprovechó las acusaciones para retirarse de su cargo de obispo y convertirse en ermitaño en el desierto.

Tras ser exonerado por completo de los cargos que se le imputaban, Narciso regresó a Jerusalén: más viejo, pero más fuerte y más apasionado en su fe. Reasumió su cargo de obispo de Jerusalén.

Cuando los diáconos olvidaron suministrar aceite para las lámparas de la iglesia el Sábado Santo, Narciso obró un milagro y convirtió el agua en aceite para lámparas, de modo que pudieron comenzar los oficios.

Cuando su vejez empezó a pasarle factura, Narciso rogó a Dios que le enviara un obispo para ayudarle.

Dios respondió enviando a San Alejandro de Capadocia, y ambos se hicieron cargo juntos de la diócesis. Narciso vivió hasta una edad muy avanzada y es el patrón contra las picaduras de insectos.