Eran los que aún no tenían trabajo, claro. Millones consiguieron trabajo, pero en esta generación hay muchos más jóvenes formados que en la anterior y no había suficientes para todos.

Sheikh Hasina alimentó su ira reservando una gran proporción de los empleos públicos (30%) a jóvenes de familias cuyos miembros mayores habían luchado en la Guerra de Independencia (de Pakistán) de hacía cincuenta años.

Sólo pretendía reforzar su posición recompensando a sus propios partidarios en la Liga Awami, pero eso desencadenó las protestas que ahora la han obligado a huir a India. En un principio, las protestas no tenían que ver con nociones idealistas de democracia u otras abstracciones, sino con puestos de trabajo.

Sin embargo, cuatrocientas personas, casi todas ellas estudiantes, perdieron la vida en las protestas contra su gobierno cada vez más arbitrario, y no merece la pena morir por una oportunidad ligeramente mejor de conseguir un trabajo cómodo pero no muy bien pagado. También hablaron de democracia, con lo que realmente querían decir igualdad, o al menos igualdad de oportunidades.

Eso es también lo que motivó a más de dos tercios de los venezolanos que permanecen en el país a votar contra la tiranía la semana pasada, aun sabiendo que las elecciones estarían amañadas. Puede que consigan obligar al gobernante, Nicolás Maduro, a rendirse y exiliarse también, porque la equidad es un valor humano básico.

Alrededor de un tercio de la población mundial vive en países que pueden calificarse de democráticos, aunque todos ellos presentan defectos de uno u otro tipo. Lo sorprendente es que prácticamente todos los regímenes autocráticos del mundo también afirman ser democráticos. En principio (aunque todavía no en la práctica) es el sistema político humano por defecto.

Estamos hablando de la naturaleza de la "naturaleza humana", y el punto clave es que tiene una historia. Cambia con el tiempo en respuesta a las circunstancias cambiantes, pero hay un tema detectable que la recorre desde hace al menos muchas decenas de miles de años.

Los seres humanos pertenecen a la familia de los primates, la mayoría de cuyos miembros viven en grupos pequeños (raramente más de cien). Tienen jerarquías muy jerarquizadas, como las de nuestros parientes más cercanos, los chimpancés. Hay un jefe que gobierna por la fuerza y el miedo, pero también mediante alianzas, y hay una agitación constante cuando otros aspirantes a jefes suben y bajan.

Cualquier lector diligente puede encontrar excepciones a todas las afirmaciones anteriores, pero en general ésa es la condición de los primates. Es de suponer que alguna vez también fue la condición humana, pero todos los grupos humanos ancestrales que conocemos vivían en absoluta igualdad.

Lo sabemos porque las últimas auténticas bandas de cazadores-recolectores sobrevivieron lo suficiente como para ser estudiadas por los primeros antropólogos. Todos estaban comprometidos con la igualdad, hasta el punto de que se unían automáticamente para acabar con cualquier individuo que intentara situarse por encima de los demás. ¿Cómo llegó a suceder eso?

Los primeros seres humanos aún vivían en grupos bastante pequeños, pero ya eran lo bastante inteligentes como para darse cuenta de que el modelo mono-rey no servía a los intereses de nadie, salvo a los del rey. Además, tenían un lenguaje que les permitía conspirar juntos.

Puede que la revolución ocurriera una vez y se extendiera, o puede que ocurriera mil veces en diferentes bandas, pero el modo humano por defecto se convirtió en igualitario. Y así debió de permanecer durante al menos miles de generaciones, porque la igualdad y la equidad se han convertido en aspiraciones humanas universales.

Por desgracia, cuando surgieron las primeras sociedades de masas, hace cinco mil años, tuvimos que volver durante mucho tiempo a nuestra otra herencia, más antigua, de jerarquía brutal. Las primeras sociedades de masas no podían ser igualitarias: no había forma de que un gran número de personas se reunieran, hablaran y decidieran juntas. Si se quería civilización, tenía que ser una tiranía.

Esa situación prevaleció hasta que desarrollamos las comunicaciones de masas hace unos siglos. Esa tecnología hizo posible que volviéramos a decidir las cosas juntos, como iguales, y en cuanto lo conseguimos (sólo imprimiendo, al principio), resurgieron también nuestros valores "democráticos", largo tiempo sumergidos pero nunca olvidados.

De eso trataron las revoluciones estadounidense y francesa. De eso tratan ahora las revoluciones de Bangladesh y, esperemos, de Venezuela. No se trata de acontecimientos aleatorios. Forman parte de un largo pero prometedor proceso de recuperación de nuestros verdaderos valores.


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Gwynne Dyer is an independent journalist whose articles are published in 45 countries.

Gwynne Dyer