Ebenezer Scrooge, el protagonista de Cuento de Navidad, fue quizá el principal minimalista económico de la época dickensiana. Desde el racionamiento de las brasas que ardían en la rejilla de su dependiente hasta su consumo de gachas en Nochebuena y el encendido de una solitaria vela para guiarse en su frío lecho, mostró una temprana preocupación tanto por la austeridad del entorno victoriano como por un valor cada vez mayor del contenido de sus cajas de dinero y escrituras.
Durante unos cien años después de la visita y las tutorías de los fantasmas de Marley y la Navidad (pasada, presente y futura) poco cambió.Los cristianos comenzaban el adviento el 1 de diciembre preparando la religiosidad en torno al nacimiento de Cristo, mientras que un número creciente de paganos esperaba impaciente la coincidencia del solsticio de invierno el 21 de diciembre con sus similitudes de erigir y decorar árboles de hoja perenne, quemar troncos de yule, encender velas, cantar conjuros y hacer donaciones a los necesitados. Se hacían regalos dentro de los límites de los ingresos. En la escuela, las niñas cocinaban pasteles y pudines en las clases de ciencias domésticas; los niños fabricaban lámparas de cabecera, taburetes y estanterías en sus clases de carpintería. Las madres tejían prendas de lana y cosían ropa casera; los padres criaban hortalizas y gallinas en los huertos o en el jardín. Cualquiera que fuera el motivo de las fiestas estacionales, se trataba de un asunto familiar sin que los celebrantes pensaran en viajar más allá de la localidad natal.
Todo esto cambió en las décadas de 1970 y 1980, cuando la generación del baby boom se rebeló contra la austeridad que habían padecido sus padres: años de "hacer y reparar" y de "¿es realmente necesario viajar?" fueron descartados por la nueva era del plástico, lo desechable y la pasión viajera por el "ya he estado allí, ya lo he hecho".
Alentados por la televisión, las redes sociales, los teléfonos inteligentes y demás parafernalia de la era digital, los recién llegados han dejado a un lado la preocupación por la responsabilidad hacia la sociedad y se han embarcado en un interminable carnaval de consumo glotón financiado con recursos crediticios aparentemente ilimitados.
Entonces, ¿qué? Esta podría ser la respuesta de estos devotos del marketing masivo y gratuito. El Omnipotente ha puesto los recursos del planeta a su disposición y quién se atrevería a alterar el mantra de "Piensa a lo grande, actúa a lo grande, sé a lo grande" que recitan los fabricantes y financieros multimillonarios.
War on Want, la organización benéfica que hace campaña en favor de los más afectados por la pobreza y las alteraciones del clima, nos dice que el consumo excesivo de alimentos, bienes y servicios está causado principalmente por la actividad del 1% de la población mundial que posee la mitad de la riqueza universal.
La gran epidemia estacional de esquilmo ya no se limita a los imperios norteamericano y europeo, sino que se ha promovido cuidadosamente en el hemisferio oriental, de donde emana la mayor parte del oropel, los adornos y las chucherías festivas, cuya producción, seguida de una enorme publicidad, provoca una orgía de gasto que hace de diciembre el mes campeón en emisiones de efecto invernadero generadas por el exceso de energía necesaria para el irresistible y hedonista frenesí de viajes, regalos, comida, bebida y derroche exótico.
¿Resistirán las generaciones del milenio y Z este implacable afán de lucro hacia un catastrófico final del siglo XXI sustituyendo el capitalismo desenfrenado por un gran cambio social en el que menos gente consuma menos de los limitados recursos de un planeta devastado?
Scrooge hizo caso de las advertencias de sus fantasmales mentores para convertirse en un hombre más bondadoso y sensible a las necesidades humanas. Para un futuro mejor, ¿podemos esperar, paganos o religiosos, hacernos eco de las palabras del pequeño Tim Cratchit: "Feliz Navidad; que Dios nos bendiga a todos"?
por Roberto CavaleiroTomar 27 diciembre, 2024